La Memoria furtiva- Capitulo 7
Manuel Camuñas Lama y “ La Memoria furtiva”–
La Memoria furtiva- Capitulo 1
La Memoria furtiva- Capitulo 2
La Memoria furtiva- Capitulo 3
La Memoria furtiva- Capitulo 4 – Día Mundial del Alzheimer 2015
La Memoria furtiva- Capitulo 5
La Memoria furtiva- Capitulo 6
. ¿Recuerdas cuando murió mamá? mañana hablamos de ella.
_Mamá, mañana, mañana, mañana…
_Dame un abrazo, hasta mañana
_Mañana, mamá, mañana, mañana…
Manuel, sentado en el mismo asiento y junto a la misma ventana del autobús al que cada día subía para ir a la residencia de ancianos, pensaba en como ayer, hablando con su padre, recordó punto por punto todas aquellas historias de familia que oía contar y a veces cantar, a la abuela Rosaura cuando estaba rodeada de la familia y en especial de los nietos entre los que estaba él mismo.
_¿Cuánto tiempo había pasado? _Pensó Manuel_ Más de cuarenta años, quizás cuarenta y cinco. En cualquier caso es toda una vida.
Manuel siguió mirando por la ventana, observando el mismo paisaje urbano de coches llenando las calles, de ruidos y silencios de motores dependiendo del color de los semáforos hasta llegar a la parada cercana a la residencia donde su padre pasaba lo que sería el resto de su vida.
Como cada día, abrió el portón que daba acceso al Jardín de la residencia y nada más entrar se encontró con Mercedes, que estaba incorporando a Juan, el anciano de más edad de la residencia, sobre la silla de ruedas para darle sus medicamentos.
_Buenos días Mercedes.
_Hola, buenos días _Contestó Mercedes mientras terminaba de introducir un jarabe en la boca de Juan, empeño difícil porque él se negaba a abrirla y prosiguió_ Hoy su padre tiene visita, parece que es un vecino de la misma comunidad de vecinos donde vivía antes.
_¿Quién es?
Mercedes miró a su alrededor y señaló a un señor anciano que hablaba con los familiares de otro residente.
_Es aquel señor que está sentado en aquel banco y hablando con los familiares del señor Santiago, allí, debajo de las moreras.
Manuel le reconoció de inmediato, era uno de los vecinos de sus padres. Le recordaba de cuando aún vivía con ellos, antes de independizarse y se dirigió a él para saludarlo.
_Buenos días señor Pedro, Me alegro mucho de verle _Le dijo mientras le tendía la mano_ ¿cómo está usted?
El señor Pedro se levantó y cogió, emocionado, la mano de Manuel.
_Ya ves, cada día más viejo. Estoy esperando a que tu padre termine de desayunar. No le he visto desde que murió tu madre y quería saber como estaba.
_Ahí viene, parece que está bien _Dijo Manuel mientras se aproximaba hacia donde venía su padre_ Hola papá ¿Cómo estás? dame la mano.
José, que caminaba con el cuerpo encorvado hacia delante, se paró al oír su nombre, se orientó por unos instantes y levantó su cabeza para ver quien le hablaba.
_Tú… sí… eres tú, hablamos más, hablamos… si… saliva, la saliva…
_Espera, ya te limpio, ya te limpio, tranquilo. Hoy tienes visita, ya estás limpio, espera a que te meta el pañuelo en el bolsillo _Guardó el pañuelo y después señaló al señor Pedro y prosiguió_ Mira quien ha venido a verte.
_Hola José ¿Sabes quien soy?
_¿No sabes quien es? papá, es tu vecino Pedro.
_No, no conozco, no sé no…
_José ¡Soy Pedro! ¿¡No me recuerdas!? ¡Soy Pedro!
_¿Porqué grita tanto este señor?
_¡Ja, ja! _Rió Manuel_ Tienes razón papá, tu problema es la memoria, no el oído. Ya ve usted señor Pedro, de memoria está fatal aunque puede ver, oír y caminar bastante bien.
_Me hubiera gustado tanto hablar con él. Somos de la misma edad y con la cantidad de cosas que hemos hecho juntos, siempre teníamos algo que decirnos y ahora ni siquiera me reconoce.
El señor Pedro se iba desmoronando anímicamente mientras hablaba con Manuel.
_No reconoce a nadie, ni a mí.
_Ya no le quedaban muchas personas con las que poder hablar unos segundos, personas capaces de hablar y de escuchar al ritmo pausado y titubeante de los ancianos como él.
_No se ponga usted triste señor Pedro, hay que seguir y… Ya ve usted, ahora hemos de cuidar de él para que esté lo mejor posible _Manuel se acercó al señor Pedro y le colocó la mano en el hombro para continuar diciendo_ Yo le agradezco mucho que haya venido a verle porque es en estos momentos cuando se descubre quienes eran amigos de verdad.
El señor Pedro no podía soportar el semblante, de su amigo José, degradado por la enfermedad cuyo nombre era incapaz de pronunciar y miró a Manuel.
_Bueno, tengo que ir de vuelta para casa, no quiero que mi mujer se preocupe si tardo mucho.
_Muchas gracias señor Pedro, le acompaño hasta la puerta y salude a su mujer.
Después de despedirse del señor Pedro, Manuel volvió hacia su padre pero éste le estaba esperando, con la mirada avivada y la sonrisa mojada, para preguntarle.
_¿Quién era ese señor?
_Papá, era el señor Pedro, aquel vecino tuyo con el que siempre hablabas, erais muy amigos y… ¿No lo recuerdas? Dime papá ¿No sabes de quien te hablo? _ José miraba al suelo y no decía nada_ Era el señor Pedro, se ha ido muy triste y el caso es que no pude hacer nada por remediarlo.
_No, no, pero… tú… habla tú, nos sentamos y tu hablas.
Manuel cogió a su padre por los hombros y los dos se acercaron al banco donde cada día comenzaban su charla, le ayudó a sentarse, le limpió los cristales de las gafas y después de secar, de su boca, la saliva incontrolada, Manuel comenzó el ritual de hablar con José.
_Papá, estoy contento contigo porque a pesar de que tu enfermedad no te permite recordar las cosas de forma espontánea, puedes recordar casi todo lo que te cuento, después de oírme. Mira papá: Cualquier día ocurre que te enteras de la muerte de un conocido, amigo, familiar o vecino del que sabemos que está muy enfermo, sabemos que lleva años padeciendo porque su mal es incurable y a pesar de ello esperamos que quede tiempo suficiente hasta el descubrimiento de un medicamento milagroso, pero el tiempo pasa y aunque nos acostumbremos a ello nos causa un inmenso desasosiego y pesar, especialmente si es un familiar cercano con el que hemos convivido y sabemos de todo su padecimiento día tras día. Acabamos aceptando que su muerte estaba anunciada y pasado un tiempo continuamos nuestra vida normal.
_¿Estás triste?
_Sí, lo estoy pero no mucho y aunque el paso del tiempo nunca lo cura todo, en contra de lo que pensamos con mucha frecuencia, si dispersa lo vivido y lo hace mas soportable. Llegó el día en que mamá tuvo que ser operada y le implantaron dos válvulas en el corazón con la esperanza de que ocurriera un milagro. ¿No lo recuerdas papá? ¿No recuerdas que estuvimos esperando el resultado de la operación durante dos días?
_Sí, si lo recuerdo, sí _Dijo José completamente convencido mientras se aceleraba el movimiento de sus manos, ya de por sí temblorosas, e intentaba apoyarlas sobre sus rodillas_ Sí, ella estaba muy enferma.
_Éramos conscientes de la gravedad de tal operación y a medida que pasaban las horas, las esperanzas de conseguir un buen resultado se iban desvaneciendo hasta que el tercer día nos comunican su fallecimiento.
Durante aquellos días, que duró la estancia de mamá en el hospital, el comportamiento que tú tenías no hacía sospechar a nadie que estuvieras afectado por la enfermedad de alzheimer. Te levantabas muy temprano y pasabas las horas dando paseos por dentro de la casa, mirabas el reloj y seguías paseando para volver a mirar el reloj que se empeñaba en ir siempre a la misma marcha, pero todo era inútil, porque el hospital tenía un horario fijo y las personas que iban de visita no podían entrar antes de la hora establecida. Yo pensaba que eso era una suerte para ti porque así te veías obligado a descansar algo, a pesar de tu desespero pero no era así porque te levantabas temprano igualmente y te mortificabas caminando por el pasillo de la vivienda ansiando el momento en que yo abriese la puerta.
Después del desayuno salías de casa y te dirigías, siempre por el mismo camino, hacia el hospital, que estaba a quince minutos caminando. Ibas y venías caminando solo sin perderte una sola vez. Por tu voluntad, no saldrías de allí en todo el día si no fuera porque nosotros íbamos a hacerte compañía y llegado el momento, salíamos durante unas horas con el objeto de pasear por la calle y realizar la comida diaria y después ir juntos de regreso a casa para que pudieras descansar. Todo este tiempo estuviste tan templado y sereno que fue, para mí, un desconcierto total porque, incluso después, durante el entierro de mamá, parecías un hombre tan tranquilo y calmado que todo el que te conocía se quedó sorprendido.
Pero volviendo atrás, mientras esperábamos para ver de qué lado se inclinaba la suerte de mamá, pude hablar contigo durante los largos paseos y las esperas en el hospital e incluso en casa por la noche. En esos días, ni el más experto osaría decir que tú tenías alzheimer.
Pude escuchar tus lamentaciones por la mala suerte que habíais tenido. <<Ahora _Me decías tú_ que ya lo teníais todo pagado, ahora que, por fin, era posible estar sin deudas y por tanto sin preocupaciones económicas para vivir y que vuestra mayor esperanza es ver como los nietos crecen, estudian y salen hacia delante>>.
Cuando veías la derrota que tomaban los acontecimientos, te lamentabas y me decías que precisamente ahora aparecen los males incurables que atacan a los cuerpos ya debilitados y truncan toda esperanza de hacer realidad, aunque sea por poco tiempo, aquellos planes preparados durante toda la vida.
_Ella…
José quería decir alguna cosa pero se calló como si la hubiera olvidado y bajó la cabeza para permanecer mirando al suelo por largo rato.
_¿Te pasa algo papá? _Preguntó Manuel por ver si seguía hablando_
_No, no, sigue, tu sigue, tu habla, tu habla, sigue…
Manuel cogió las gafas de José para limpiarlas mientras proseguía hablando.
_Por las mañanas, nos agolpábamos con todos los familiares de los otros enfermos del corazón, ante la puerta de la sala de recuperación de los recientemente operados para comprobar cual había sido su suerte. Era una especia de ceremonia en la que se mezclaban, por igual, la esperanza y el temor. Pasábamos a verla durante unos minutos y después volvíamos a la rutina de cada día.
_Yo estaba allí, entré a verla y ella también estaba.
_Sí estabas, sí, estábamos todos. Ya veo que te acuerdas muy bien de esos días. Pues bien papá, después de dejar a mamá seguíamos hablando. Escuché relatos de tu vida que nunca hablaste con otras personas, experiencias que solo para ti eran útiles, experiencias que tú has vivido y que necesitabas sacar fuera de ti. Durante este tiempo hablamos de cosas que ya conocíamos los dos y otras de las que nunca habíamos hablado.
De todas formas, a pesar de que tú no te dabas cuenta, yo veía que aquella situación, creada por la enfermedad que tú padecías y más tarde por la muerte de mamá, te superaba completamente y mi preocupación estaba en lo que ocurriría al día siguiente del entierro. De momento aún te duraba la inercia de más de veinte años con el mismo comportamiento pero la falta de ocupación para con el cuidado de mamá te provocaba vueltas esporádicas al pasado mas lejano, era curioso el ver como recordabas tu vida de treinta o cuarenta años atrás e incluso de la niñez y al hablar de ellas, las vivías como si el tiempo no hubiera pasado. En varias ocasiones te levantaste por la noche y deambulabas por el pasillo de la vivienda, intentabas salir a la calle pero no podías porque yo sacaba la llave de la cerradura todas las noches. Entonces yo intentaba que volvieras a la cama. ¿Recuerdas lo que me decías cuando ye te preguntaba?
<< Papá ¿Qué haces levantado? Vuelve a la cama>>.
Tu respuesta era casi siempre la misma, al principio dudabas, luego mirabas el reloj, después mirabas al suelo para a continuación decir:
<<Tu madre me mandó que me levantara para salir a regar el huerto, pregúntale tú y verás que es así>>.
Entonces, cuando terminabas de hablar, yo te miraba y te veía completamente convencido de lo que me decías. Tú estabas seguro de que mamá te hablaba y te decía lo que tenías que hacer, tal como hacía antes de ser ingresada en el hospital.
Las primeras veces que ocurrieron estas situaciones, yo pensaba en cual sería la mejor forma de sacarte de tu error, sin que ello empeorase, aún mas, las cosas pero como durante varios días se repitieron, la conversación entre tú y yo era también repetida.
<< ¿Dónde está mamá que yo hablaré con ella?>>
Tú me cogías de la mano y me llevabas a la habitación donde tú dormías y desde la puerta me decías.
<<Ahí, en la cama, no hagas ruido que la despertarás>>.
Entonces yo te cogía de la mano y nos acercábamos a la cama y cuando veías que en la cama no había nadie te aturdías más y me mirabas preocupado.
<<Se habrá marchado sola porque es muy tarde y no habrá querido esperar más tiempo hasta que yo llegara>>.
Después, sin decir nada más, volvías a denudarte y te metías en la cama de nuevo para continuar durmiendo unas horas hasta la mañana.
Como sé que ya no lo recuerdas, te diré que ésta y otras conversaciones semejantes ocurrieron durante la estancia de mamá en el hospital y se repitieron meses mas tarde cuando ella ya no existía. Has de saber que yo no puedo explicarme la causa de este desconcierto en tu mente; es cierto que pierdes memoria pero no hay duda de que estas completamente cuerdo y me lo demuestras, siempre, en los momentos en que tu memoria se recupera, porque cuando es así, tú actúas como siempre, es decir viviendo en el momento actual y con toda normalidad. ¿Acaso ocurre que los acontecimientos de tu vida se han precipitado tanto y tan de prisa que, aún con la memoria normal, el cerebro no es capaz de procesarlos y en lugar de bloquearse, pasa por su cuenta a revivir otras escenas como si fueran las actuales? Pienso que si no fuera así todo el cuerpo quedaría paralizado y la muerte sería instantánea por colapso.
En muchas ocasiones y estando sanos completamente, ocurre que vivimos momentos que nos parece haberlos vivido antes pero no recordamos donde y cuando. ¿Acaso la memoria funciona como un archivo de fotografías instantáneas que se van presentando una tras otra y que ocasionalmente alguna se traspapela y después de haberla visto una vez, volvemos a verla mas adelante o mas atrás y por eso tenemos la sensación de vivir dos veces la misma situación cuando en realidad es una situación única?.
Cuando la enfermedad de mamá adquirió la gravedad de incurable, tú estabas recién jubilado y encontraste en su cuidado una salida a tu ímpetu.
Hicisteis el reparto de las necesidades propias del quehacer diario de tal forma que, para ti, todas las horas del día estaban ocupadas. Salíais, los dos, hacia el mercado para hacer la compra; en el camino eran frecuentes las conversaciones con los vecinos mientras proseguíais vuestro recorrido hasta llegar, primero a la pescadería, después seguíais para la verdura y la carne para a continuación acercarse a la fruta. Todo ello se convertía en un paseo matinal, después llegaba el momento de preparar la comida del mediodía, ver la televisión y hacer la siesta hasta que, al atardecer, los dos terminabais el día saliendo de nuevo a la calle y poder encontraros y hablar con otros vecinos y para dar un paseo largo que terminaba al anochecer de regreso a casa.
_Sí, con los vecinos y contigo también.
_También, también, conmigo también os encontrabais pero, volviendo al día que ocurrió el entierro de mamá, te diré que cuando volvimos del cementerio, ya a la tarde del día, bajamos del coche en la puerta de mi casa pero tú me dijiste que te llevara a la tuya; yo te expliqué que desde ese momento tenías que vivir conmigo y que no podías estar solo, en tu casa. Tú te revelaste e insistías en seguir viviendo en tu casa y yo volvía a explicarte, una y otra vez, los motivos por los que no podía ser. Tuve que explicarte, muy a mi pesar, que tenías pérdida de memoria, que corrías el peligro de perderte cuando salieras de casa y que necesitabas de los cuidados que tú no podías proporcionarte. Poco a poco y con mucha paciencia llegué a convencerte de la necesidad de que vivieras en mi casa.
Durante la semana siguiente al fallecimiento de mamá visitabas tu casa todos los días e incluso varias veces al día, acompañado por mí o por mi esposa y algunas veces por alguno de tus nietos, y una vez allí, tu querías hacer la comida, nos decías que avisáramos a mamá y teníamos que convencerte, cada vez, de que mamá ya no vivía y que no volveríamos a verla.
Después de que yo te hablara, tú te quedabas callado durante unos segundos y pasabas a un estado de aceptación como si lo dicho, unos minutos antes, no hubiera ocurrido y entonces tú y yo nos sentábamos para seguir hablando durante una hora o más. Yo te escuchaba, no solo porque era mi obligación, que también, sino porque toda tu historia me interesaba y al parecer esos días lo recordabas todo con una desconcertante claridad. Me explicaste todo lo que recordabas desde la niñez hasta el día que te reclutaron durante la guerra civil, supe todo lo pasado, por ti y tu familia, durante los tres años que duró y los cuatro años siguientes en los que te viste obligado, lo mismo que todos los de tu edad, a permanecer en el ejército. Recordaste todos los nombres de los amigos que habías hecho en aquella época de su vida y el día en que os reconocisteis a distancia tú y Domingo, tu hermano mayor, durante la batalla del Ebro en la que tú estabas en un lado y tu hermano en el otro.
_Domingo… ¿Dónde está?
_Tu hermano Domingo ya no está, murió hace cinco años. Era mayor que tú y si viviera ahora tendría más de noventa años.
José intentaba decir algo que le era impedido por la dentadura que se le desajustaba dentro de la boca, bajó la cabeza y permaneció en silencio con la mirada perdida en el suelo mientras con las manos temblorosas intentaba recolocársela en las encías. Pasados unos segundos levantó la mirada y Manuel le secó la saliva que cubría parte de su cara.
_Ahora no recuerdo esto que dices –Dijo José y continuó en silencio esperando a que Manuel siguiera hablando-
_En esos momentos durante los que tú hablabas de tu vida, yo te escuchaba con mucha atención y pude ver que nadie, ni yo mismo, osaría decir que estabas afectado de la enfermedad de altzheimer, la cordura con la que hablabas y el recuerdo de las fechas en que pasaron los hechos eran de una nitidez y precisión tal que animaba a seguir escuchándote.
_Todo es verdad, todo… todo ocurrió, a mucha gente le ocurrieron cosas parecidas.
_Es cierto, es cierto, una guerra afecta a mucha gente. Aquello era el relato épico de tu vida que ahora, a mí que no lo he vivido, se me antoja idealizado por el paso del tiempo y por la emoción con la que los ancianos acompañan todos los relatos sobre las situaciones, por ellos vividas, a medida que avanzan en edad. Aquello fue el relato de una vida sin tan siquiera una pequeña recompensa salvo la de la amistad que siempre te mantenían todas aquellas personas que te conocían por primera vez.
_Me gusta oírte pero no entiendo bien lo que me dices.
A la mente de Manuel acudieron las escenas del día en que le ocurrió el incidente del semáforo y se vio reflejado en su padre, se imaginó ocupando el sitio de José mientras otra persona le hablaba sin entender cosa alguna de las que le decía. Probablemente pasarían años antes de que ocurriera pero no tenía duda de que llegaría el momento. Se removió en el banco donde estaba sentado, espantó sus temores y volvió a la conversación con José.
_El recuerdo que te hacía mas feliz, mientras hablabas, era el de la maestra que te enseño a leer y el día de la fiesta del patrón del pueblo, día que conociste a la que sería tu mujer y después nuestra madre.
_Si, si, si, me acuerdo de la maestra y de mamá, si…
_Ya veo, ya, ya veo que te acuerdas. Cuando hablabas de ellas, inesperadamente el relato se truncaba y tu actitud volvía a ser la misma que tenías cada vez que tu memoria fallaba, primero balbuceabas intentando recordar las palabras con las que poder expresarte para a continuación desistir de hablar ante la imposibilidad de lograrlo. Ahora te ocurre lo mismo y de la misma forma que hago en este momento, también intentaba hablar por ti queriendo adivinar lo que me querías decir pero el resultado no era el que tú esperabas y solo conseguía aumentar tu ansiedad, entonces yo desistía y esperaba a que llegara, otra vez, algún momento que te permitiera seguir con tus relatos y procuraba consolarte.
