En todos los pueblos y ciudades de nuestra región, e incluso dentro de la nación existían diversas creencias que a veces eran de obligado cumplimiento dentro del raciocinio particular o colectivo. Y Toral no iba a ser menos.
Recuerdo una de ellas de la cual ya han transcurrido muchos años, pero sigue viva en mi memoria como si fuera hoy.
Había cerca de mi casa una familia con la cual teníamos un gran contacto, casi diría que de familia a pesar de no tener nada que ver. Y hete aquí que a pesar de ser un matrimonio mayor, decidieron tener más descendencia, o quizás fuera ese descuido que en muchas parejas ocurre muy a menudo. El caso es que nació un chaval que ya desde la cuna se vio que no era del todo normal dado que su desarrollo no seguía las pautas establecidas. Era enclenque y delgaducho descolorido de tez, y el pelo ralo; vamos que tenía todos los síntomas de padecer ese mal tan característico y tan común en aquellos tiempos de la mala alimentación infantil. Y no es que en esa casa se careciera de lo más básico, no era el caso, me consta que había la abundancia normal en aquellos años. No se quien les dijo que lo que tenía el muchacho era un
encanillamiento de tres pares. Se sabía porque al estar acostado tendía a cruzar las piernas una encima de la otra. ¿Qué hace una madre en estas circunstancias? lo normal, tratar de erradicar ese mal de la manera más rápida posible La terapia consistía en salir al cruce de cuatro caminos una noche sin luna, y a altas horas de la noche, hasta ahí genial, portando en brazos a la criatura con la piernas atadas con una cinta de color negro y portando unas tijeras, las cuales tenía que ofrecer al primer hombre que pasase y sin mediar palabra este tendría que cortar esa cinta, y santas pascuas, ¡¡ uff ¡¡ muy difícil me lo ponéis . El sitio elegido fue el cruce que hay en la carretera con el Ferradal al lado de casa de Cirilo. El primer penitente que pasó era un ciudadano de Toral que lo único que pretendía era llegar a iniciar su jornada en Cosmos a las seis de la mañana. Imaginaros, noche cerrada, llovizna, y frío, caldo de cultivo para que apareciera la Santa Compaña berciana. El citado individuo creo que no paró hasta dar con sus huesos en la fábrica y creo que aún hoy, de vivir que no lo sé, se debe de acordar esa mala experiencia.
Quedaba una segunda oportunidad. Se rumoreaba que en Villagroy había una señora que era ducha en estas prácticas desencanillatorias ( por cierto era el pueblo de mi abuelo paterno). En aquellos momentos yo era un mozo de carácter aventurero al cual le gustaban estas prácticas sanatorias y otras por el estilo, así que me apunté a acompañar a la madre y niño al citado pueblo El viaje era un tanto complicado, había que tomar la carrilana ferroviaria hasta Villa franca y de allí un rato a pié y otro andando, y todo cuesta arriba hasta el citado Villagroy. Creo llegamos allí sobre media tarde, que no lo se, después de tantos años. La señora según nos dijeron estaba recogiendo garbanzos, y al no anunciar nuestra visita tuvo que hacer sus quehaceres normales.
Al cabo de un tiempo, no recuerdo cuanto, pero fue bastante, apareció una mujeruca con una edad indefinida, toda vestida de negro, y pañolón a la cabeza, unas antiparras redondas y mirada inquisitiva, como haciéndose cargo de las circunstancias. Miro al chico y corroboró el diagnóstico que nosotros traíamos. Excusó decir que quedamos un tanto más tranquilos al ver que coincidían los dictámenes.
Nos dirigimos al lugar de la ceremonia desencanillatoria, era este un lugar a la entrada del pueblo, donde había una fuente, si se puede tildar de fuente a un manantial infecto y adornado de cacas de vacuno, o caballar que en aquellos tiempos no sabía yo aún discernira cuál de los cuadrúpedos correspondía. La cuestión se resumía en reunirnos allí y con toda seriedad rezar unas preces que no recuerdo cuales eran pero imagino serian padrenuestros y ave marías múltiples. El caso es que yo dada mi juventud e inexperiencia me salió una casi carcajada mal reprimida. Nunca lo hubiera hecho. La mujeruca se ajustó las antiparras y mirándome de soslayo y casi taladrándome, me conminó a estar atento a la ceremonia so pena de expulsión inmediata. Ne me dijo excomunión ya que no creo ella tuviera esas atribuciones. . Me ordenó hacer una pequeña fogata para calentar las vestimentas que le iba a poner al chiquillo. Lo desvistió y sin mediar palabra lo metió de cabeza en aquel porraco infecto, lavándolo a conciencia. El chico berreaba de forma compulsiva, no sé si a consecuencia del frio del agua o que el maligno huía de ese cuerpecillo enfermizo. Resumiendo que no recuerdo como fue la vuelta de ese viaje, si quedamos allí a dormir, dado la deshora o nos pusimos en camino de vuelta. El caso es que el muchacho no se desencanilló ni cosa parecida. Después de vueltas a la vida creo falleció en Barcelona a edad muy temprana. Y esa es una vivencia que en su día no le di importancia, pero al correr de los años creo es una experiencia al menos interesante.
