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MI RECUERDO DE DON ENRIQUE PIENSOS

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toni- cabalgamos

c [Resolucion de Escritorio] MEMORIA DE TORAL

MI RECUERDO DE DON ENRIQUE PIENSOS

Don Enrique Piensos Vallina, en Toral, siempre fue conocido como Piensos, únicamente. No, como don Enrique o como el camarada Piensos. Piensos era Piensos.

Yo lo recuerdo volver, de Cosmos, en donde trabajaba, vestido impecablemente de negro con camisa azul falangista y corbata negra, en luto perpetuo por el “Ausente” como le llamaban a José Antonio Primo de Rivera.

Don Enrique era -fue- Jefe Local del Movimiento en Toral y, lo que son las cosas, yo, a pesar de ello, siempre lo consideré un hombre íntegro y decente, aunque algunos de sus compañeros, con carné falangista entre los dientes, fueron los culpables de la ejecución de mi tío Antonio del Valle y de sus compañeros, cuya historia novelada seguramente están siguiendo muchos lectores de este blog.

Los falangistas de la agrupación de Toral -sobre cuyos nombres quiero correr un tupido velo- provistos de un vale -sin firma- pero con el sello falangista que lo avalaba, llegaban a “Casa América” y se lo entregaban a mi padre en actitud chulesca: “Vale por diez pares de calcetines de invierno” o “Vale por dos pantalones de mahón” o “Vale por un par de botas de Monforte” y mi padre, humillado entregaba las botas, los pantalones de Mahón o los diez pares de calcetines. (En alguna ocasión el vale venía extendido por “Media docena de bragas” que, seguramente -eso opino hoy- eran el regalo de uno de los jefezuelos secundarios de la Secretaría Local del Movimiento -un Movimiento que estaba parado, según decían algunos- para su amiguita que vivía en Ponferrada y ejercía la más antigua profesión del mundo en “EL BOSQUE”, un bar de alterne.

Un buen día, papá, cansado y aburrido aguardó a don Enrique en la carretera, frente al comercio. Lo abordó con naturalidad y le dijo:

-Mire usted, don Enrique. Voy a tener que cerrar el comercio porque así, de esta manera, no puedo sostener a mi familia.

-¿Qué le ocurre, señor América, – a mi padre, muchas personas, incluso amistades, lo conocían por “América” o por Pepe, el de “América”- dígame ¿qué le ocurre..…?.

– Casi todos los días, don Enrique, vienen compañeros suyos con vales de Falange para que les entregue mercancía, sin pagármela.

Don Enrique Piensos pareció extrañado.

-Eso no es posible, señor “América… Sin mi firma nadie puede extender un vale.

-Pues lo hacen y, ya le digo, así no puedo seguir viviendo. Tendré que cerrar el comercio.

Don Enrique colocó amistosamente su mano sobre el hombro de papá y le dijo:

-No se preocupe. Eso no volverá a ocurrir. A partir de ahora únicamente llegarán vales, si es que llegan, que no lo creo, con mi firma legible y, si no tienen mi firma, venga usted a verme y veremos a ver quién ha sido.

Desde aquel momento no volvieron a “Casa América” vales de Falange. Don Enrique Piensos cumplió su palabra.

A finales de la década de los años cuarenta, yo sufrí una enfermedad grave que ni don Luís ni don Albito, los médicos pudieron tratar. Tuvieron que llevarme a León. Pero, me explico: a causa de una infección en la cabeza, comencé a ver las cosas dobles. El médico diagnosticó una trombosis de seno cavernario que produjo, además de una doble visión, un absceso purulento, como la mitad de un huevo de gallina, detrás de una oreja, que el médico de León, con un bisturí, abrió y limpió, pero recetó penicilina que, por aquel entonces únicamente podía comprarse de estraperlo, en Madrid. Sinceramente no sé cómo se desenvolvieron en casa para hacerse con las dosis de penicilina necesaria. Supongo que acudieron a mi tío Vicente y a su mujer Eugenia que, durante la guerra habían salvado la vida al general Benavides Moro ocultándolo en casa y él -el general- se ocupó de la penicilina, que llegó a Toral en manos de mi tío Pedro Barragán , Jefe de Tren y, con ella, salvaron mi vida.

Tenían que inyectarme la penicilina cada tres horas, por la noche, y se encargó, naturalmente, de ello don Enrique Piensos.

Piensos tuvo que dormir en mi habitación y en mi misma cama. Todas las noches ponía en hora el despertador. Se quitaba la chaqueta. Miraba atentamente por la ventana. Sacaba la pistola de su funda sobaquera, -era tiempo de maquis y de huidos- comprobaba el cargador y dejaba el arma, cuidadosamente sobre la mesilla de noche. Yo me quedaba dormido y él, supongo, tardaba un poco más escuchando los sonidos de la noche, en la calle. Y, así, durante una semana. Es un recuerdo que permanece indeleble en mi memoria.

ent [Resolucion de Escritorio]

Muchos años más tarde, cuando Maruli Miranda y yo presentamos nuestro primer libro sobre Toral, encontramos, cosida a una de las hojas del cuaderno de un alumno, una fotografía en la que se veía un paisaje desolado, castellano, y a unos hombres de luto -falangistas- que llevaban un féretro, -el de José Antonio Primo de Rivera, a hombros, desde Alicante al Valle de los Caídos y, al pie de la foto, una nota que decía: “Nuestro Jefe Local, camarada Piensos acompaña al Fundador de la Falange a su última morada”..

Años más tarde, también, al leer el expediente 117/36 sobre los ajusticiados en Ponferrada pude leer que Enrique Piensos fue el encargado de levantarlos los planos del polvorín de Cementos Cosmos, cuando se llevaron los cajones con sabulita y el cordón detonador para explosionarlos en Ponferrada a principios de la Guerra Civil

Este es mi recuerdo de un personaje tal vez controvertido, pero para mi lleno de humanidad.



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