-¿Por qué no hablaron ustedes con Remacha, el director de la cementera o con algún encargado…? -preguntó Pérez Pineda.
Blas San Miguel se encogió de hombros.
-No lo consideramos necesario. Yo conocía al Guardia Jurado y…
Dejó en suspenso la frase.
-¿Lo amenazaron para que les dejase entrar en la Fábrica…?
-No, señor. Tras un primer momento de duda, abrió las puertas. Recogí la camioneta y regresamos al pueblo.
-¿Qué ocurrió después…?
Las preguntas se sucedían rápidamente aunque las respuestas, a veces, tardaban en llegar.
-¿Qué ocurrió después…? -volvió a preguntar el sargento- .
-Llegamos a la Plazoleta de la Estación para esperar a los heridos que venían en el tren. Cuando llegaron, alguien nos dijo que seguirían hasta Monforte. Yo, entonces, iba a preguntarle al señor Iglesias si devolvía la camioneta a la cementera, pero me salieron al paso dos individuos que no conocía y que habían venido con los heridos. Me pusieron una pistola al pecho y me impidieron llegar al café.
Miró al sargento de hito en hito.
-Recuerdo que uno de ellos me dijo: “Aquí no hay más amo que nosotros”. Sí. Esas fueron sus palabras. Me obligaron a subir a la camioneta y me dijeron que los llevase al Centro Obrero y así lo hice y, desde allí, tras unos momentos de duda, me obligaron a llevarlos a El Lago donde se apearon y me ordenaron que vigilase el vehículo. Yo me bajé de la camioneta y aguardé, pero otro individuo al que no conocía, me ordenó, pistola en mano, a seguir hasta La Bomba, frente al puente colgante, ya sabe usted, el puente que comunica la cantera con La Bomba y allí cargaron varias cajas que sacaron del polvorín. Yo creo, no sé, que eran cajas de sabulita. Después de cargarlas, volvimos al Centro Obreo y, desde allí, por la carretera de Cacabelos, a Ponferrada pero yo, al llegar a Camponaraya, les dije que no continuaba.
-.¿Por qué les dijo eso…? -preguntó Pérez Pineda.
-Bueno… -dudó, ahora, en la respuesta San Miguel- Mire usted…. la situación no era clara y, sinceramente, tenía miedo.
-¿Miedo…?…?. ¿Miedo usted…? No lo creo.
Hizo una nueva pausa.
-Bien. Usted se negó a seguir hasta Ponferrada… ¿Qué ocurrió…?
-Trasladaron las cajas de sabulita a otro camión que estaba allí.
-No veo muy claro el asunto, San Miguel. A lo que parece había una camioneta esperando y no estaba allí por casualidad.
-No sé si estaba allí por casualidad o no estaba por casualidad. eso no lo sé.
-Creo que usted sabe más de lo que dice -dijo Pérez Pineda- .
-Digo lo que sé.
-Bien. Continúe…
-La camioneta siguió hasta Ponferrada, pero no llegó a la ciudad. Supe, posteriormente, que, al llegar al primer paso a nivel del ferrocarril de vía estrecha, la camioneta comenzó a perder agua. Parece ser que el depósito estaba roto, así que volvieron a Camponaraya para solucionar la avería.
-Concedamos que haya sido así, San Miguel, pero, ¿reconoció a alguno de los individuos que iban en el vehículo…?
Pérez Pineda se dirigió a la ventana mientras aguardaba la respuesta de Blas san Miguel.
-¡Vamos…¡` -apremió- ¡Hable…¡.
-Verá… Estaba un tal Claudio que trabaja en el laboratorio y otro al que llaman “Calistro”… Bueno… todo el mundo le llama “Calistro..” No sé su nombre..
-Le he dicho que diera nombres y no apodos.
-No sé el nombre. Se lo juro a usted. Le juro que no sé el nombre
Hizo una pausa para limpiarse el sudor que bañaba su frente.
-También estaban Miguel López y Daniel, carretero de la Fábrica.
CONTINUARA
anterior:
PASION Y MUERTE DE ANTONIO DEL VALLE Y SUS COMPAÑEROS X
