Cuando Nemesio Carracedo, que había actuada decididamente en los sucesos acaecidos en Julio, en Ponferrada, concluyó su escaso condumio, pidió, como siempre, café a su mujer.
-¿Café, Nemesio…? -dijo ella mientras su rostro se iluminaba con una triste sonrisa- ¿Café?. No tenemos café. No hay café para nadie o para casi nadie -matizó- en este país. Tendrás que conformarte con malta.
Recogió las últimas migajas de pan que habían quedado sobre el hule a cuadros que servía de mantel y añadió:
-No hay café, excepto, claro, para los falangistas que siempre dieron café -matizó la palabra- a todos los que no eran de sus ideas.
Nemesio se puso en pie. Echó hacia atrás la silla y ajustó el cinturón.
-Te he dicho infinidad de veces, mujer, que no hables de política ni aún cuando estemos solos. Eso de café -Camaradas Arriba Falange Española- es de ayer, de un ayer cercano, pero de ayer. Hoy todo ha cambiado. Es distinto. Eso lo decían entre compañeros cuando preguntaban qué había que hacer con alguien y el jefe respondía: “Dadle café”. Y lo paseaban. Hoy, al menos en Toral, prefieren otros métodos.: hacer justicia: cortarles el pelo al cero a las mujeres o darles aceite de ricino a los hombres.
Hizo una pequeña pausa, pero, rápidamente continuó.
-Excepto a esos cuatro o cinco imbéciles que estamos interrogando. A ellos sí que les darán café. O sea, los fusilarán, sin más.
-Tal vez no a todos, Nemesio
-No lo creo. La mayor parte de ellos está involucrada en lo que ocurrió en Toral en Julio, desde que fue robada la dinamita en el polvorín de Cosmos.
-No todos robaron, Nemesio. Me lo has explicado tú.
-En efecto. No todos robaron, pero los que no actuaron directamente, los cabecillas, para ellos, es segura la sentencia de muerte.
La mujer había depositado las migajas que había recogido de la mesa, en el caldero de la basura. Se había lavado las manos y las secaba en un delantal raído.
-¿A qué hora regresas a la oficina…?.
– Cuando lo ordene don Tomás. Ahora soy su mano derecha y, tienes razón, más vale ser su mano derecha aquí y copiar a máquina las respuestas a sus preguntas que estar de servicio o en el frente.
Volvió a hacer una nueva pausa, como si se le hubiesen agotado las palabras.
-¡Anda,…¡ Vamos a acostarnos un arto -consultó el reloj de bolsillo que había pertenecido a su abuelo- tenemos tiempo… Y estoy cansado.
Sonrió la mujer, mientras dejaba el delantal sobre el respaldo de una silla.
-Solo acostarnos -dijo Nemesio- porque acostarme para hacer lo que tú estás pensando, , para eso, no tengo tiempo.
-Como siempre, Nemesio, como siempre. Nunca tienes tiempo. Antes, tenías que revisar el arma o hacer el parte o que te dolía la cabeza y, ahora, que no tienes tiempo porque debes bajar a la oficina… Siempre igual.
-Es cierto, -trató de justificarse él, mientras se sentaba en la cama que rechinó, quejándose- es cierto -se pasó una mano por el rostro- Es cierto y es cierto también que no logro, últimamente…. darte… darte… todo lo que, como mujer, tienes derecho.
-Palabras, Nemesio, palabras -dijo ella mientras lo ayudaba a descalzarse y a desembarazarse de los pantalones y la camisa que colocó a los pies de la cama. Anda, corazón -añadió la mujer mientras abrazaba a su marido- quítate los calcetines y no me seas remolón.
CONTINUARA
