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Les fourmis douces

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fernando fs [Resolucion de Escritorio]

alumna enamorada okUna tarde, de regreso a casa, coincidí con él. Estábamos los dos esperando el bus. Aparentaba unos diez años mayor que yo. Se fijó en mí, con sutil disimulo. Era alto y con un pelo ligeramente rizado de color castaño. Sus manos anchas y con dedos largos sostenían una revista enrollada. De pronto los libros, que yo llevaba entre mis brazos, cayeron al suelo. Al inclinarme para recogerlos, él también lo hizo. La casualidad propició que, al estar ambos de cuclillas, nuestras cabezas estuvieron a punto de chocar. En ese instante recibí una bocanada de perfume. Su cuello exhalaba un olor a incienso con una nota de fondo persistente de cedro y almizcle.

Al reconocer los libros, él me preguntó qué curso hacía; no tuve más remedio que decirle que cursaba Preuniversitario con idioma francés.

-Estás de suerte. –me replicó lacónico. Y a continuación añadió: Me llamo Roger y soy francés; si te animas podrías practicar este idioma conmigo.

Yo, que había clavado mis ojos en los suyos, de color miel natural, me sentía atraída hacia él. Su presencia, su confianza y sus labios ligeramente entreabiertos, me subyugaron de inmediato.

-Soy Lector de francés en el Colegio de France; me encantaría ayudarte en esta asignatura –prosiguió con su presentación-. Por cierto, ¿cómo te llamas?

-Montserrat, pero me llaman Montse -le dije turbada, pues no me esperaba esa pregunta.

-Detrás de este colegio tenemos una cafetería muy acogedora y allí, si te parece bien, podríamos practicar la lengua gala –me señaló Roger.

Su exquisita cortesía, su voz grave y hablar pausado, o, quizás, la certeza que transmitían sus palabras, fue lo que me llevó a pedirle el teléfono del centro donde impartía sus clases.

No hice más que terminar de anotar el teléfono en una esquina de mi carpeta cuando apareció el bus que me llevaría a casa, mientras él se quedaba esperando acaso el bus de otra línea.

Nunca un hombre había logrado alterar con tanta intensidad mis hormonas, pero Roger, con aspecto tranquilo pero fuerte, lo había conseguido. No podía a concentrarme en el estudio, como lo hacía habitualmente. Por las noches, en la cama y con la luz apagada, aparecía de pronto su imagen agachándose a recoger mis libros, y yo, a su lado, le rozaba su cuello con mis cabellos. Durante alguna de las siguientes noches recuerdo haber soñado con un hombre que, por detrás de mí, me susurraba al oído sensuales palabras, mientras sostenía mi cintura con firmeza, consiguiendo producirme excitaciones, hasta entonces, desconocidas.

No habían pasado ni dos semanas desde el encuentro en la parada del bus, y sin embargo aquella situación me desestabilizaba. Entonces, me armé de valor y decidí telefonearle. Acordamos una cita para la tarde siguiente, en el local que me había recomendado. Me presenté en la cafetería antes que él, y pedí un vaso de leche bien caliente y un suizo, pues allí tenían fama de hacerlos muy sabrosos, y a mí me gustaban mucho. No sé la razón, pero ese día me vestí con una bonita falda escocesa, de tonos verdes, adornada con un amplio y brillante imperdible dorado, que servía para abrocharla, casi, al borde de la misma. Mis calcetines en color verde oscuro, a juego con la falda, me subían hasta la rodilla, pero sin cubrirla del todo. De esa forma dejaba al descubierto el principio de mis muslos que, al decir de mi familia, tenían un color moreno y una suavidad que los hacía muy atractivos.

Roger llegó, tranquilo, a los pocos minutos y, sonriendo mientras me miraba, me dijo:

-Bonjour Montse. Veo que tienes interés por aprender mucho, conmigo.

-¿Ça va Roger? -le pregunté con entusiasmo-. Hay ciertas expresiones en francés que me gustaría practicar con más frecuencia.

Roger, que vestía un pantalón amplio de pana, una camisa de pequeños cuadros amarillos y azules y un chaleco azul marino, estaba muy seductor. Creo que percibió mi excitación nada más verme. Se colocó a mi lado derecho, en el lateral contiguo de una mesa cuadrada. Y nuestras piernas comenzaron a rozarse. Ninguno intentó separarlas. Cuando Roger terminó de apurar su té Earl

Grey, trató de animarme pronunciando palabras sueltas en francés. Después, apartó su taza vacía y, con una parsimonia calculada, retiró mi vaso de leche hasta el medio de la mesa. Se inclinó hacia adelante y me propuso que hiciera lo mismo. Entonces, acercando su boca a mi oreja derecha, empezó a susurrarme, en voz baja y pausadamente:

-…Montse, ¿conocías que «quelques fourmis sont très douces»?

Aquella forma pausada de pronunciar sus palabras deleitaba mi oído; la seguridad que le acompañaba, la proximidad de nuestras caras y la apacible distinción que irradiaba, me tornó tan dulce como esas hormigas, que él mencionaba. Luego prosiguió:

-Evita mirar hacia abajo. Procura permanecer totalmente quieta. Descubre cómo empiezan a subir por tu pierna derecha un grupo de hormigas dulces. Ahora no las notas. Su caminar suave y su paso por tu calcetín tampoco lo aprecias. Pero, fíjate y advierte bien cuando rocen tu muslo. Ya te digo, son muy dulces, tanto como la miel, y tan suaves y ligeras como un almohadón de plumones de oca. Siente su paso, liviano pero lento y continuo, hacia el muslo, hacia arriba…

Mis ojos estaban abiertos, pero la mirada vagaba sin fijarse en ningún punto concreto. Sentada e inmóvil, mis oídos solamente escuchaban las tiernas y acariciadoras palabras de Roger. Mis músculos, hasta entonces rígidos, comenzaban a percibir el cosquilleo de «les fourmis» al subir por mi muslo.

-…ya están llegando al pliegue de tu ingle y, como notan que ha variado la superficie que pisan, se encaminan hacia la zona en que un zumo de color ópalo blanco comienza a desparramarse inundándolo todo con un olor íntimo de mujer fértil…

Ahora, sí, y sin apenas esfuerzo, empecé a lubricarme como nunca antes había sido capaz de llegar a hacerlo.

-…y «tous les fourmis» reunidas van a tomar una decisión. Mientras deciden, giran, bajan, suben y vuelven a bajar, recorren tus labios, que comienzan a tensarse. Tus cosquillas son agradables al principio. Ahora, con todas las hormigas reunidas, bailando muy delicadamente por encima de tus labios, empiezas a notar cosquillas infinitas. De repente, un pequeño temblor, te recorre desde los labios hasta la nariz. Déjate llevar, sé silenciosa, que yo te protegeré porque sé lo que estoy haciendo.

Agarrada con fuerza a su hombro, aspirando el olor de su cuerpo, con mis ojos entreabiertos, y totalmente entregada a sus palabras, empecé a sentir pequeños estertores que concluyeron en un prolongado pero intenso orgasmo, que provocó un delicioso temblor de muslos y piernas.

Pasados unos minutos, y ya reposada, volví a tomar el vaso de leche para conseguir acabarlo. Mi cara seria, pero llena de sorpresa, contrastaba con el semblante feliz y sonriente de Roger.

Al finalizar el curso me presenté al examen de grado y lo aprobé con muy buena nota. La calificación del idioma fue un 9. Cuando pregunté por Roger, en el colegio, para comunicarle mi sobresaliente, me dijeron que lo habían llamado desde la universidad de Nanterre para impartir cursos de Literatura.

¡Nunca olvidaré el erótico encuentro en aquella cafetería!

* Relato del Taller de composición que imparte Manuel Cuenya en la Universidad de León (sede Ponferrada)



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