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Ricardo “Tarramplan”
Guarda, aún, mi retina la imagen de Ricardo García, más conocido en Toral, como “Tarramplan”, con sus ojos legañosos ocultos por unos extraños anteojos de cristales oscuros.
No sé, como apunta el propietario de este “blog”, si Ricardo “Tarramplán” había nacido en Friera o no había nacido en Friera, porque, por aquellos años cincuenta, los primeros de esta década y los últimos de la anterior, en el siglo pasado, yo estuve en Friera preparando mi ingreso al Seminario con el cura Tagarro y nunca oí hablar de “Tarramplán”. Es posible que sí, que hubiera nacido en Friera, pero también es posible que no hubiera nacido a orillas del Selmo. Lo que sí es cierto que recibía este apelativo por su afición a tocar el tambor o, al menos, a escucharlo y, de ahí, el sobrenombre.
Recuerdo que Ricardo era un hombre religioso. Acudía los domingos, todos los domingo a misa de doce con su paso bamboleante apoyado en un bastón -a los bastones se les llamaba cachabas- y hundido en sus silencios ocupaba, siempre el mismo lugar , a la derecha del presbiterio, en un banco verde con respaldo de madera que don Francisco, todos los años, repintaba y que había sido construido por el carpintero Losada que, precisamente, tenía la serrería frente a la vieja Iglesia). (Losada era el padre de Blas, -Blas Losada- inventor de juguetes bélicos como podía ser una especie de ballesta que lanzaba flechas -las varillas de un paraguas averiado- y que era muy hábil, con ella, cazando pardales que otros intentaban cazar con un tirachinas. Blas también fabricaba en la sierra de su padre, espadas de madera con filo de hoja de lata para las luchas entre bandas rivales: los de la Carretera y el Ferradal contra los del Teso, la Poza y el Pico del Lugar).
Iba diciendo que Ricardo “Tarramplán” ocupaba todos los domingos su sitio en el banco verde fabricado por Losada el carpintero y que era conocido con el nombre de “el banco de los pobres” y que estaba reservado para los pobres oficiales de Toral o sea, aquellos que vivían de la caridad: Felicísimo y “Tarramplán”, aunque Felicísimo, que se dedicaba a recoger colillas -o mierda de vaca- por las calles para fabricar apestosos cigarrillos en casa, raramente asistía a Misa en la vieja Iglesia, un almacén de nueces cedido por doña Pura, la farmacéutica, en la carretera, frente a la casa de Silvano. En la Iglesia, los hombres y los niños nos sentábamos a la derecha y, a la izquierda, las mujeres, que usaban reclinatorios o sillas individuales o bancos, sin respaldo, las niñas, semejantes a los de los niños. “Tarramplán”,por su parte, ocupaba, religiosamente -nunca mejor empleado el adverbio- su lugar en el banco verde . ![Ricardo Tarramplan [Resolucion de Escritorio] Ricardo Tarramplan [Resolucion de Escritorio]]()
De cuando en cuando, nos visitaban solicitando limosna otros pobres que se dejaban caer por Toral pidiendo caridad “Por el amor de Dios”, frase que todos empleaban. Llegaban a casa; llamaban; se les abría y decían: “Ave María Purísima. Una limosna por el amor de Dios” y se les daba diez céntimos, una moneda que era la décima parte de una peseta y ellos al recogerla, la besaban y decían “Que Dios se lo pague”. Y si no se les daba nada -cosa rara- con cara de circunstancias se les decía. “Que Dios le ampare”.
Ricardo “Tarramplám” era el recurso que tenían las madres para que los niños durmiéramos la siesta, práctica, esta, de la siesta
implantada por las mamás, sobre todo en verano y odiada por los niños. Ellas decían: “¡Venga, a dormir la siesta o llamo a “Tarramplán” para que os lleve”. O “A dormir la siesta que, si no viene el “sacamantecas”. Era un recurso habitual porque, por aquellos años se decía que caminaba por los senderos de España, el “hombre del saco” o el “sacamantecas” que, eso se decía, solía llevarse a los niños para sacarles las entrañas y comérselas.
Muchos de los lectores de este “blog” recordarán historias en las que aparece el “sacamantecas” o el “hombre del saco”.
También llegaban a Toral, día tras día, hombres -no tanto mujeres- desharrapados, en alpargatas a quienes la guerra había hecho perderé sus raíces y vivían de la caridad pública. Visitaban las casas con hambre de días y frío en los huesos en demanda de un tazón de caldo. En mi casa había una taza desportillada a la que llamábamos la “taza de los pobres” y en ella se le ofrecía al pobre, un tazón de caldo en el que navegaba un pedazo de tocino, pero no recuerdo a “Tarramplán” mendigar comida. Tal vez, se la llevasen a casa los vecinos de El Ferradal porque era allí en donde vivía, cerca de la casa de Lera. “Tarramplán” no pedía comida, pedía una moneda y es de suponer que cuando juntaba diez monedas de diez céntimos las cambiase por una peseta de papel y con ella comprase algo de lo necesario para su sustento.
Tengo un recuerdo nítido, también, de Ricardo “Tarramplán”: yo, por aquel entonces, era monaguillo, a las órdenes de Sindo Abelaira, como lo era José Luís “Piruli”, Raulito, el hijo de don Raúl, Ángel Cendón, el pañero o Ángel Yáñez y verán lo que ocurrió.
José Luis “Piruli”, el de la Cantina de la Estación y yo teníamos la obsesión de saber qué se ocultaba bajo la oscura vestimenta de la Virgen de los Dolores que estaba, durante todo el año, a la espera de la Semana Santa, colocada en unas andas, cerca del Banco verde de los pobres. Es decir, queríamos saber de qué color eran las enaguas de la Virgen, aunque mirar bajo las faldas de una imagen, a nuestros ojos fuese un grave pecado mortal.
-Pero nos confesamos con don Serafín que impone poca penitencia -decía José Luis “Piruli”- y ya está. ![image image]()
-O hacemos un acto de perfecta contrición, que también sirve -añadía yo- .
Dicho y hecho, un domingo, después de Misa, cuando ya habían salido los feligreses y don Francisco despedía a don Mariano Remacha, a la puerta de las Iglesia, nos acercamos a la Dolorosa y levantamos sus faldas. No había nada. Ni bragas ni enagüas. Observamos el palo de una escoba que sostenía una cabeza de yeso.
-Menos mal -comentamos- que no nos ha visto nadie.
Pero estábamos equivocados: nos había visto “Tarramplán” que, sentado, inmóvil, en el banco verde de los pobres nos miraba o parecía que nos miraba con una enigmática sonrisa en el rostro. No dijo nada. Permanecía quieto, impasible. Mudo.
Y supimos que no había dicho nada porque nunca, nadie, nos recriminó aquella pequeña aventura con la Virgen de los Dolores.
Años después -pocos años después- alguien solicitó plaza para “Tarramplán,” que era un hombre sin edad, en el Asilo de Astorga, regido por las Hermanitas de los Ancianos Desamparados y allí vi a “Tarramplán”, silencioso como siempre y que no sé si me conoció o no me conoció.
Yo formaba parte de la “Scholla Cantorum” del Seminario, bajo la batuta de don Teodosio Raposo, un cura que tenía la mano muy larga si alguno desafinaba. Habíamos ido al Asilo a dar un recital con motivo de una fiesta.
Olía muy mal, a pesar de la limpieza. Cantamos, nos invitaron a vino dulce de misar y a pastas y volvimos, al atardecer, al Seminario. “Tarramplán” quedó en el Asilo y seguramente murió entre los muros de aquella fría casona. No volví a saber de él, pero su recuerdo sigue vivo en mí y está ligado a dos momentos de mi vida: su mirada, bajo los lentes oscuros en la vieja iglesia de Toral y el olor fetal en el Asilo de de Astorga y pienso, ahora, al escribir estas líneas que “Tarramplán” que, sin duda alguna era un hombre bueno, estará gozando ahora de la paz de Dios.
Toni